La primera saga de Fantasía Cósmica

Tres libros.
Tres historias.
Tres perspectivas:
Una parca marchita, un olvidado de ojos cambiantes y una reina enmascarada.
En un vasto cosmos teñido de incógnitas y mitología, estas tres esencias portarán en sus manos el destino de todo ser humano.
¿Qué hallarás tú en Essen?
¿Luz, oscuridad o vacío?
Explora sus estrellas, encuentra tu propia esencia.
Una trilogía perteneciente a un nuevo género literario acuñado
"Fantasía Cósmica".

Tomo Primero: Zefiro

"Hay territorios de la ciencia que ningún mortal debería explorar…"
El único propósito que Zefiro ha conocido es el de segar las almas de los difuntos, sobrevolando un mundo de sombras blancas y negras para llevárselas consigo al árbol Elíseo. Pues él es la parca, portadora de la guadaña de la muerte, y este es su cometido.
Todo eso cambiará al verse involucrado en el retorno de un antiguo mal que yacía dormido y latente, olvidado incluso en los anales de la Biblioteca Infinita. Un mal que corrompe toda esencia hasta quebrarla por dentro.
Zefiro explorará Essen, un vasto cosmos en el que cada estrella del firmamento es una sociedad distinta, buscando con vehemencia el significado de las vidas humanas y las mágicas leyes que las definen.
Pues el marchitamiento es una enfermedad terrible.
¿Y tú? ¿Te sumergirás en Essen? ¿Encontrarás tu esencia...?

Tomo segundo: Void
(Próximamente)

Tomo Tercero: Pandora
(Próximamente)

El Proyecto "Las Tres Guadañas"

Aunque no lo parezca, esta ambiciosa saga tuvo sus humildes orígenes hace más de doce años.Algunos de sus personajes y conceptos nacieron en mi más tierna infancia, de hecho mi primer relato escrito fue una redacción para el instituto, en el que ya aparecían Zefiro y la Biblioteca InfinitaA lo largo de los años el cosmos ficticio de Essen fue creciendo y creciendo en mi cabeza, las historias que en él sucedían tornándose más y más complejas, hasta que a los 17 años comencé a trabajar en la historia que hoy se ha convertido en la trilogía de Las Tres Guadañas.Si bien la historia completa ya ha sido escrita, no todas las novelas están totalmente terminadas.
Void y Pandora están actualmente en sus esbozos finales y en fase de beta reading. Mi modesto equipo de beta readers está ahora mismo leyendo y dejándome notas que servirán para mejorar aún más.
En cuanto a Zefiro, el primer tomo y nuestra introducción a Essen, está ya terminado y revisado. Tan solo nos falta ocuparnos de la maquetación, la imprenta y los envíos.
Cuando se trata de mis historias no escatimo en gastos ni cariño, así que tomará todavía un tiempo financiar y decidir estos últimos pasos.
Las ventas de Zefiro se estiman para otoño de 2026. Unos meses antes se confirmará la fecha exacta y se abrirán las preventas. Os ruego que seáis pacientes y que si queréis apoyar el proyecto lo hagáis a través de nuestra página de Ko-Fi, donde podréis comenzar a leer los primeros capítulos.

Sobre el Autor

Soy Eloi Palacios, autor de Las Tres Guadañas y cabeza de este ambicioso proyecto.Aunque llevo escribiendo algunas de estas historias desde los 12 años es tan solo ahora, a mis actuales 27, que considero que están alcanzando su cénit y están listas para su publicación.
Soy un artista polivalente: Ilustración, fotografía, edición y locución entran todas en mis proficiencias, cosas que me han ayudado a tridimensionalizar Las Tres Guadañas.
¡Pero no creáis que estoy sólo en este proceso! Cada día se unen más personas y crecen las ambiciones de este proyecto. Tengo ganas de que los conozcáis a todos.

Nadin, compositora del tráiler, que con su maravillosa música ha teñido de nuevos colores la historia de Essen. podéis oír más composiciones clicando en su foto:

oooooooooooooooooo

Henry Relf, ilustrador británico, encargado de la maravillosa portada que podéis ver al final de tráiler y también se encargará de las portadas de Void y Pandora. Clickad en su icono para ver más de su trabajo.

Mika, nuestra maquetadora responsable también de Lilith, la rosa de cristal, y futuramente de nuestro mapa estelar. ¡Cotillead su arte clicando en su ilustración!

Sara Ruiz, locutora que prestó su voz para la reina Pandora en el tráiler. Podéis ver más de ella clickando en su foto.

Los Cielos rojos

Nueva Argentos destacaba entre las demás estrellas del firmamento por ser la más intensa de todas, digna de los apodos que se había ganado: Ciudad de Plata, capital de luz… y también el hogar de Enzo. Ahora tan distante en aquel vasto cosmos, aún le ofrecía algo de consuelo con su brillantez, incluso en la oscuridad de aquella aciaga noche. Lejos estaban ya las calles relucientes con su luminiscencia eléctrica, los edificios platinos y las aeronaves, todo sustituido ahora por agua, caminos y pinos, que todo lo llenaban hasta donde alcanzaba la vista, llenando su corazón de temor y vacío.

Estaban en Lacunia, planeta famoso por sus largos atardeceres y todavía más largas noches. Conocido, también, por sus lagos y sus bosques frondosos, aunque aquel en el que ahora estaban no figuraba en ningún mapa. Había quietud en la negrura. Demasiada quietud. Zarin ya se había dado cuenta, no habían oído a un solo cuervo graznar ni a un cervatillo huir despavorido desde que llegaron a la densa arboleda. El frío calaba dentro de Enzo hasta los huesos, intensificando el miedo que le arrebataba control de su cuerpo, provocando temblor en sus dedos, ahogando su respiración y llenando su mente de conjeturas y desvaríos. Él sabía perfectamente lo que sucedía, pues Enzo Equian era un hombre de ciencia y en el pasado incluso se creyó superior a tales irracionalidades humanas. Había leído cientos de tomos, sino miles, a lo largo de su vida, sobre distintas disciplinas científicas. Conocía bien las complejidades de la ingeniería lúmina y se había versado en algo de la oscura. Había leído sobre el génesis del cosmos y era conocedor y partícipe directo de la historia de los mismísimos reyes de Essen… Pero en momentos como aquel se recordaba a sí mismo que seguía siendo un ser humano, un mero mortal, ante todo esclavo de sus instintos y emociones, de la sangre que corría por sus venas… y aquella noche se enfrentaban, ni más ni menos, a la mujer cuyo dominio se extendía a todo ser que sangrase. Aquella noche darían fin, de una vez por todas, a la señora de la sangre y su terrible reinado.

Volvió la vista al cielo y palpó el bulto en su alforja. Un infinito vacío se abría arriba. Un manto de oscuridad repleto de luces tintineantes y cada una era un mundo distinto. Cada lucecilla; un pueblo, una civilización. Aún quedaban unas horas hasta la llegada del amanecer. Si todo salía bien sería uno azul en vez de rojo.
-¿Enzo? –Una voz familiar le arrancó de aquel trance. Ojos púrpuras cargados de empatía.
-Perdón. –Trató de controlar su respiración. Helyna se había dado media vuelta– Estoy…
-Nervioso. –Irrumpió Zarin, pasándole un brazo por encima– Hasta yo lo noto, sin necesidad de tener dones mylianos. –Se separó de él, dándole una palmadita en el hombro– Tranquilízate, Enzo. Lo peor ya ha pasado.

Él no estaba tan seguro. El oscuro hablaba con seguridad, como siempre, y no era de extrañar, la revolución había sido un éxito y los cielos carmesíes ya comenzaban a desteñirse en algunos planetas del cosmos. Tan solo quedaba efectuar el golpe de gracia, hacer que cayese la última pieza del dominó, un último acto de osadía para poner fin al reinado de la sangre de una vez por todas. La reina debía morir, no quedaba otra. Pero ningún humano podría efectuar el golpe mortal y no quedaban ya más reyes en todo Essen que pudieran hacerlo.

“Solo un rey puede dar muerte a otro rey…” Conocía bien las normas, e incluso había presenciado la caída de uno con sus propios ojos. Y ahora sentía que se repetía una historia de lo más similar… Volvió a palpar el cristal, dentro de su alforja. Se acercaba el momento de darle uso.
-No debemos bajar la guardia. –Se limitó a contestar. No podía decir nada más.
-Uh, ominoso… –Soltó Zarin, en tono burlón– Muy misterioso y oscuro. Me gusta ese lado de ti, Enzo. Tal vez deberías darle rienda suelta a tu naturaleza oscura.
Enzo Equian había recibido muchos títulos, a lo largo de su vida: Erudito, fundador, aprendiz redimido… Todos sonaban igual de huecos y vacíos a sus oídos mestizos.
-Me enorgullezco de mi sangre, pero nada más. Yo no creo en esa naturaleza de la que hablas. Lúminos y oscuros son lo mismo, humanos todos. –Zarin se mostró incrédulo.
-De verdad lo crees, ¿eh? –Suspiró– Bueno, yo solo digo… no todas las verdades del cosmos están escritas en libros de ciencia. –Tenía razones para pensar así. A diferencia de Enzo, que se había criado en Flor de Liz y aprendido a leer y escribir desde pequeño, Zarin contaba con orígenes mucho más humildes.
-Tú también estás nervioso. –Helyna mostró templanza, su cabello rosado asomando en una cascada de ondulaciones a cada lado de la capucha– Aunque se te dé mejor ocultarlo.
Zarin Zur, unificador de las órbitas exteriores, el oscuro forajido tornado en héroe popular, se mostró falsamente ofendido.
-No existen los secretos contigo. –Se llevó una mano al cinto, al mango de una de sus dagas– Pero os diré que todos los hijos de Azabel aceptamos el miedo, en vez de enfrentarlo. Os salvará la vida cuando más lo necesitéis, así que es mejor no negarlo.

A Enzo Equian le habían educado bajo valores de valentía, deber y honor, la clásica caballería lúmina, a pesar de que él siempre había sido estudioso más que caballero. Pero su amigo tenía razón, había sabiduría en las enseñanzas oscuras, no debía olvidarlo. Y aunque no compartía ni la piel gris ni el cabello platino de su compañero, sangre oscura corría por sus venas, al fin y al cabo. Ambos tenían los ojos rojizos, clásico rasgo de los descendientes de la oscuridad, y las orejas los delataban, también, más alargadas en los oscuros, pero igual de puntiagudas en un mestizo.
-Todos tenemos miedo. –Admitió Helyna Mylia– Por eso hemos de zanjar este asunto cuanto antes.
Ambos asintieron. Helyna tenía también la mano en el pomo de la espada. Enzo era el único que no iba armado, pero no era el momento del combate lo que temía.

Se le hacía extraño ver a sus compañeros así, como se le hacía extraño verse a sí mismo vestido de aquella manera. Acostumbrado a las batas blancas y a las camisas abotonadas con pañuelos en el cuello, se sentía un completo desconocido con aquel disfraz de furtivo. Pero era necesario, debían mantener sus identidades a salvo o arriesgarse a que la reina los descubriera de algún modo. Ni los más fieles a Zarin ni los mayores confidentes de Helyna sabían dónde estaban sus respectivos líderes. Tan solo Lyra, la hija de Enzo, sabía que su padre estaba allí. En aquel momento ellos tres eran manchas negras en el bosque, incógnitas en la noche…

Pero lo cierto es que no existía mejor compañía en todo Essen, de eso estaba seguro. Sabía que, llegado el momento, Zarin lo defendería con su propia vida, como ya había hecho antes. Y no existía nadie en quien Enzo confiara más en todo Essen que en Helyna Mylia. Habían llegado muy lejos, al fin y al cabo, confiando los unos en los otros. Y la reina ya no poseía la legendaria reliquia que le otorgaba regencia sobre Essen, ellos mismos se la habían arrebatado. Estaba débil, aislada, purgada de todo poder más allá de los concedidos por las circunstancias de su nacimiento. Tan solo faltaba un asunto por resolver, uno de lo más complicado…, pues los reyes eran seres inmortales, padres de las razas, y tan solo podían morir a manos de sus semejantes. Sin otros regentes para oponerla, la reina resultaba efectivamente inmortal, hasta donde los humanos conocían, complicando pues el asunto de su deposición. El imperio había caído, pero nada le impedía tratar de alzarlo de nuevo con sus propias manos, como ya había hecho en el pasado… Pero si los cálculos resultaban correctos, Enzo guardaba la solución a todo aquello en el fondo de su alforja.

No, no era el derramamiento de sangre lo que el mestizo temía. Aquella noche debían poner fin a la conspiración que habían iniciado los tres juntos, todo el cosmos contaba con ello. ¿Por qué dudaba, entonces, en los últimos momentos?

Helyna Mylia se acercó un poco más al mestizo, escudriñando su esencia. Su capacidad innata para percibir los sentimientos ajenos, por muy profundos que se escondieran, procedía de su sangre mágica y podía resultar un tanto invasiva a quienes no estaban acostumbrados. Pero él ya se había habituado desde hacía tiempo y, a su modo, agradecía la comprensión que le brindaban aquellos ojos en momentos tan aciagos.
-Lo haremos juntos. –Lo tomó del brazo con infinita delicadeza.
-¿Y si sale mal?
-Saldrá… bien. –No se le daba bien mentir.
-No podemos saberlo. Todo esto es… teórico. Nunca se ha intentado algo así. –Los cristales mylianos eran increíblemente escasos desde la caída del planeta. Sus propiedades mágicas aún resultaban un misterio incluso para Helyna, que había sido, ni más ni menos, reina electa de los mylianos, ahora casi extintos. Gracias a ella, perduraría el apellido Mylia. Una de sus condiciones para el matrimonio con Zarin, que unificaría todas las órbitas bajo un mismo propósito.
-Tampoco hay razones para creer que fallará, ¿cierto? –Ella intentaba mantenerse positiva en un intento de calmar las emociones de Enzo y, de paso, calmarse a sí misma. Era impresionante su templanza, a sabiendas de todo lo que había vivido. Su nombre y su historia fueron lo que realmente inspiraron la revolución: dos reinas, un mundo caído y un imperio alzado con sangre.
-Aun así… –La miró a los ojos, queriendo reprochar. No habría logrado animarle, pero al menos lo había intentado– Gracias.
-Hablad más bajo. –Murmuró Zarin– La reina podría estar escuchándonos en este mismo momento…
Pero una nueva voz atravesó la espesura.
-No exactamente.

Zarin desenvainó las dagas más rápido de lo que el hombre pudo pronunciar dos palabras. No hizo falta derramar sangre, afortunadamente, pues los reconocieron de inmediato; dos hombres de identidades ocultas bajo capuchas, igual que las de ellos. Eran con quienes debían reunirse en aquel bosque, tal y como había sido previamente pactado. Conocían el camino hasta la reina. De hecho, ellos serían quienes acudirían a su encuentro, la distracción necesaria para llevar a cabo el acto traicionero.

-El lugar acordado está aún lejos. Seguiremos a los lobos. –Habló el de voz más suave– ¿Aún lo tenéis? –Miró a Enzo a los ojos. Sus pupilas eran zafiros oscuros bajo la capucha negra. El mestizo asintió y extrajo la piedra de la alforja y desenvolvió los harapos, revelándola lentamente sobre la palma de su mano. Era incolora, transparente y brillaba muy tenuemente, de un modo casi imperceptible– Bien, solo quería asegurarme.

Enzo ya conocía su identidad. Habían hablado en el pasado, negociado condiciones, intercambiado información… “Él es el verdadero conspirador”. También fue él quien le dio la piedra. Fue mucho antes de que Sombra Roja, sede de la reina, cayese a manos de los revolucionarios. Le dijeron a Enzo que debía usar el cristal entonces, dentro de la fortaleza, pero…
-Aquella vez, yo… eh…
-Esta vez funcionará. –Habló con calma. Su voz era un riachuelo de aguas frías– Ya veréis. –Volvió la vista a su compañero– ¿Vamos?

Enzo no reconoció al otro conspirador, pero tuvo una corazonada. Sabiendo lo cercano que había sido el primero a la reina, uno tan solo podía imaginar con el segundo… Aun así, él no era nadie para juzgar. Él mismo fue considerado fiel al trono, años atrás, cuando rindió la ciudad de Nueva Argentos al creciente imperio sin oponer resistencia. Algunos lo llamaron cobarde por ello, pero Enzo había oído historias de la absoluta crueldad de su conquista y prefirió ahorrarle a su pueblo, que mucho había sufrido ya, tal carnicería. Más tarde sería suyo el acto que tornaría la rebelión en guerra civil, cuando alzó a la ciudad en armas contra la reina. A su manera, él era el mayor traidor de todos.

El encapuchado tardó en responder. Parecía albergar dudas, al igual que Enzo. Sus ojos rojos corretearon entre los tres amigos, diminutos fuegos fatuos asomando entre mechones pelirrojos bajo la capucha.
-Acabemos con esto. –Dio media vuelta y lideró el camino.

Helyna, Enzo y Zarin los siguieron en completo silencio. No hicieron falta explicaciones, avisos ni consejos. Todos sabían lo que habían venido a hacer, cómo llevarlo a cabo y estaban dispuestos. Enzo repasó el plan en su cabeza.

Las esencias humanas estaban compuestas de tres cosas: luz, oscuridad y vacío. Todo el mundo nacido en Essen estaba atado a aquella verdad empírica, era lo que componía toda existencia. Pero pocos sabían que aquellos cristales mágicos, procedentes del planeta de Helyna, eran símiles a esencias huecas, vacías, capaces de absorber propiedades del medio ambiente dadas las condiciones adecuadas. Un cristal tan puro como aquel que le habían entregado poseía una increíble capacidad de absorción. Buscaba llenarse, suplicaba luz y tinieblas. Y, si las teorías resultaban ciertas, si de verdad habían realizado los preparativos adecuados… incluso la esencia de un rey podría ser vinculada.

Caminaron en hilera, en la oscuridad de la noche, por el núcleo de aquel espeso bosque lacustre sin nombre, sin pronunciar palabra alguna. Buscaban el aullido de los lobos, que les guiarían hasta la señora de la sangre. Y en aquellos, los últimos minutos antes de llevar a cabo el plan, Enzo se encontró, una vez más, albergando inseguridades. Lo que vio en el salón del trono, en el corazón de Sombra Roja, aquello que le impidió ejecutar el plan…, recordó días lejanos, cuando aún tenía mentor y hermano, juntos investigaron día y noche en los laboratorios de la vieja Argentos.

"El marchitamiento es una enfermedad terrible…" Resonaban las palabras del anciano regente en su cabeza. Enzo no había olvidado los estragos que había causado en su propio pueblo. “Debemos purificar a todos aquellos que haya tocado.”

Y ahora sentía piedad, cuando ya no había lugar para sentimentalismos. Sentía pena, cuando ya no debía sentirla. Regresaban aquellas irracionalidades de las que se sentía superior, torturándole, haciéndole dudar de lo que estaban a punto de hacer.

Ante él apareció la mano enguantada de Zarin Zur. Le pedía la piedra. Él sería quien la lanzase, llegado el momento. Sacó el cristal, del tamaño de su mano, y se lo entregó a su compañero con reticencia.

Los aullidos aparecieron, lejanos, tal y como habían sido profetizados. Muchas eran las bestias bajo el control de la reina y su uso de los lobos era bien conocido por todo el cosmos. Allí donde sus hordas de autómatas fallaban, donde los hombres de hierro resultaban esclavos insuficientes, enviaba a sus lobos para dar caza a los traidores, a todos aquellos que considerase infieles a los ideales del imperio, fuese conspirador o criminal, paria o enemigo jurado. En esta ocasión, irónicamente, serían los lobos los que la delatasen a ella. Su imperio había caído, su castillo yacía en ruinas, sus autómatas estropeados, la sangre del pueblo, sobre la que proclamaba tener dominio, hervía ahora con odioso fervor hacia su bandera. Y ahora tan solo le quedaban eso, animales, bestias marchitas, engendros de la oscuridad cuya humanidad desapareció hace tiempo, sus únicos sirvientes. Muy apropiado para la reina negra y roja.

Escucharon los jadeos de los lobos, la jauría se movía, acechaba. El primer encapuchado hizo una señal con la mano para anunciar que habían llegado al punto de encuentro. Un claro se abría más adelante. Enzo, Helyna y Zarin se agazaparon y avanzaron con cautela, la reina no debía ser alertada de la presencia de nadie más, o se daría cuenta de la traición. Los lobos no les delataron, pues olieron a los otros dos, reconociéndolos como parte de la manada, dejándoles pasar. Se separaron, entonces, lentamente rodeando el claro, mientras los dos traidores se adentraban en él, revelándose al encuentro de su señora y madre.

Enzo terminó escondido entre dos arbustos, con una amplia vista del claro que se abría delante, tenuemente iluminado por la luz de las estrellas, los ojos de Essen, que observaban atentos desde las alturas. Estaba a punto de suceder algo que nunca antes se había intentado, siquiera.

La reina emergió de entre las sombras. Tan negra como la noche misma, su silueta era una con la penumbra, una forma intuida, pero Enzo la hubiera reconocido fácilmente en cualquier parte. Llevaba algo de la mano, una figura como ella, pero más pequeña. Acudió al encuentro de los dos hombres sin temor, con una seguridad impropia de la situación en la que se encontraba. Una vez más, el aguijonazo de la culpa golpeó al mestizo.

Les dejaron hablar. Enzo no alcanzó a oír la conversación y lo cierto es que prefirió no hacerlo. Qué extraño haber presenciado la caída de un rey y temer ahora la caída de otro, cuando él mismo la había propiciado. Aguardaron la señal, con el corazón en la garganta. Desde su escondite no podía ver más que las espaldas de los traidores y la silueta de la reina, asomando detrás de ellos. Helyna, que poseía mejor vista de la situación, alzó la voz para dar la orden, cuando lo consideró oportuno.
-¡¡Ahora!!

El cristal voló y a Enzo se le encogió el corazón. La tenue luz de las estrellas refractó en su superficie, dibujando un arco, como una estrella fugaz, hasta quebrarse en mil pedazos a los pies de la reina. Una luz cegadora emergió del impacto, haciendo que todos tuvieran que taparse los ojos para no dañarse la vista.

En aquel instante en el que el tiempo pareció detenerse, Enzo dudó de todas las decisiones que le habían llevado a aquel momento. Pensó en su infancia en Argentos, recordó las últimas palabras del rey y en la última vez que vio a Nix, su hermano. Pensó en la revolución que, en secreto, habían urdido los tres juntos. Pero ya poco importaba todo aquello. Cuando la luz se disipó, la reina ya no estaba. En su lugar había un cristal en el suelo, uno distinto al que habían lanzado.

Los tres salieron de sus escondites, adentrándose en el claro. Uno de los dos encapuchados sujetaba algo ahora, firmemente, entre sus brazos: era la pequeña figura igual de negra que la noche y que la reina. Pero nadie más se fijó en ella. Todos los ojos estaban puestos sobre la nueva forma que reposaba en el suelo, que emitía una luz tenue, aunque más intensa que cuando fue una mera piedra, pues el cristal vacío había sido por fin llenado y rebosaba ahora de una densa esencia.

Una rosa. Aquella era la forma que había tomado. Una flor de pétalos rojos como la sangre y tallo azul como el mar, cuya superficie reluciente parecía tallada, como si fuese una figura de vidrio moldeada por manos humanas. Sabían que los cristales cambiaban de forma una vez utilizados, pero no podrían haber predicho, en mil años, que aquella sería la forma que tomaría la prisión de la reina. “Una rosa…” Algo acerca de aquella ironía revolvió el estómago de Enzo Equian.

Helyna se quitó la capucha, revelando su melena ondulada, y se acercó para ver la rosa más de cerca.
-Ya está… –Zarin no se quitó la suya, pero se acercó igualmente. Sus ojos de rubí resplandecían ante la luz emitida por la rosa– Ya está hecho…

Aún les costaba creerlo. Pero ahí estaba, la rosa de cristal y, dentro, yacía la esencia encerrada de la última regente de Essen, la señora de la sangre. Una prisión digna de un rey de la que no existía escapatoria alguna.

¡Victoria! Habían ganado la guerra. El amanecer sería azul y regresarían a casa convertidos en héroes. Podrían descansar, al fin, volver con sus familias y dejar todo aquello atrás. La labor no había terminado, claro está, habría que aplacar, todavía, la ira de aquellos que eran aún fieles al imperio. Pero aquel había sido el último acto, la pieza final del puzle. La reina había caído. Y, aun así…
-¿Madre…? –La voz provenía del otro grupo de encapuchados. Los demás miraron en su dirección y Enzo creyó intuir, en sus miradas, que todos pensaron lo mismo. Pero no era momento de apiadarse. No había cabida para la culpa, ni para los remordimientos. No ahora.

-¿Madre…? –La voz provenía del otro grupo de encapuchados. Los demás miraron en su dirección y Enzo creyó intuir, en sus miradas, que todos pensaron lo mismo. Pero no era momento de apiadarse. No había cabida para la culpa, ni para los remordimientos. No ahora.

Y entonces, cuando nadie más miraba, la rosa palpitó.

Tic tac.

Su luz se tornó más intensa por un instante, emitiendo un sonido ahogado, como una máquina estropeada en el fondo de un lago.

Tic tac.

El bosque pareció esclarecerse, aunque fuese solo por un instante. Todos volvieron su vista a la prisión, al constructo que había aflorado del cristal mágico. Lo vieron palpitar de nuevo y el ruido se intensificó.

Tic tac.

-¿Qué…? –Antes de que Zarin pudiese terminar de formular la pregunta, la luz bañó el bosque, nuevamente.
Helyna hizo ademán de cogerla, pero algo la hizo retractarse en último momento. Dados sus dones, solo podía tratarse de una cosa.

Tic tac.

Dieron un paso atrás. La rosa temblaba. Algo dentro de ella seguía vivo.

Tic tac.

Tic tac.

Cada vez sonaba más terrible. Cada vez, la luz más intensa. Enzo creyó escuchar algo que se resquebrajaba, entre tictaqueos y luces parpadeantes. Volvió a oírlo y se dio cuenta de que era la propia rosa.
-¡¡Aleja-!! –Tic tac.

Una explosión de luz los lanzó disparados en direcciones opuestas, como una andanada de viento repentina, y el bosque entero se iluminó como si fuese pleno día. Las sombras agudas de los árboles dibujaban vectores al claro, que anunciaban el advenimiento de la nueva forma que tomó el cristal.

Enzo se había golpeado en la cabeza por accidente y sus oídos pitaban con sonidos mecánicos y ahogados que retumbaban como auténticos truenos. Trató de incorporarse para comprender lo que había ocurrido y vio a la bestia alzarse ante él. Ningún libro de la biblioteca infinita lo hubiera preparado para lo que vio entonces.

Su fulgor resultaba cegador y de ella surgía una fuerza terrible. La reina ya no era negra como la noche, sino una estrella viva, blanca e intensa, envuelta en el cristal que luchaba por contenerla. Giró la cabeza, la terrible cabeza y se acercó a uno de sus hijos.

Helyna saltó a defenderlos, espada en mano y Enzo temió lo que ocurriría si hacía eso. Trató de ponerse en pie y ayudarla.

Tic tac.

La hierba se manchó de sangre, danzando al viento que emergía de la bestia, salpicando perlas rojas por todas partes. Helyna cayó a un lado y Enzo sintió el escozor de la herida como si hubiese sido provocada en su propio pecho.

La reina continuó caminando, cada pisada anunciada por aquel sonido artificial que marcaba el estruendoso paso del tiempo. Se aproximaba, cada vez más y más cerca, a sus propios hijos.

Los cálculos, las estimaciones, los experimentos… ¿Qué había ido mal? El cristal debería haber contenido su esencia. ¿Qué era aquello que se alzaba ante ellos? ¿Qué terrible monstruo habían creado…?

Zarin corrió a salvar a Helyna, que yacía en el suelo, herida. A él no le importaban los hijos de la reina, pero sí le importaba ella. Enzo logró ponerse en pie y tuvo el ímpetu de correr para socorrerlos a ambos, pero tampoco le dio tiempo.

Tic tac.

La sangre le salpicó el rostro. La sintió caliente y luego fría. Zarin estaba ahora a sus pies y Enzo volvía a estar de rodillas, presionando las heridas de garra en su pecho, tratando de detener la hemorragia.

En la desesperación de aquel momento, Enzo revivió el día en que perdió tanto a su mentor como a su hermano. La historia se repetía. ¿Es que no había aprendido nada de sus errores…?

Cuando alzó la vista de nuevo, los hijos de la reina ya no estaban. La bestia de cristal se encontraba donde antes estuvieron ellos y Enzo notó que el viento había cambiado. En vez de empujarlos lejos de ella, soplaba en su dirección, como un huracán que lo absorbía todo a su paso y ella era el epicentro.

El cuerpo de Helyna estaba a los pies de la criatura, vuelto blanco por la intensa luz que sobre ella brillaba. La mente de Enzo regresaba a los apuntes, a las elucubraciones, a las teorías y a las pruebas que habían realizado.

“Su esencia es demasiado densa.” Concluyó. “Se resiste.” La prisión no funcionaría mientras la esencia luchase por ser libre. “Es la única explicación. El cristal no tiene fuerzas para contenerla…”

¿Dónde habían ido sus hijos? ¿Qué había sido de ellos? Por un segundo, temió que se hubieran vaporizado. Entonces recordó la hemorragia que se encontraba presionando en aquel momento. No, la rosa, la bestia, o lo que fuera aquel monstruo, no era capaz de hacer tal cosa, hubiera acabado con todos ellos de un plumazo de ser el caso. Había hecho algo con los demás y ya no estaban allí.

Al ver el cabello rosado de Helyna ondeando hacia el corazón de la criatura, comprendió lo que estaba sucediendo…

El cristal los estaba absorbiendo.
-¡Hemos de entrar! –Exclamó. Parecía una locura, pero sus compañeros le escucharon– El cristal continúa absorbiendo, no parará hasta estar lleno del todo. ¡Hemos de entrar nosotros y concentrarnos en sellarlo! –Lo miraban, incrédulos– Su voluntad se resiste… y la nuestra deberá hacer lo contrario.
-Enzo… qué… –Zarin tosía sangre. Nunca lo había visto así, tan frágil, tan débil. Era incapaz de pronunciar palabras completas, prácticamente.

Conocía las implicaciones de lo que les estaba pidiendo. Sus esencias quedarían atrapadas por siempre dentro de la rosa. Sus cuerpos jamás quebrarían, no se dividirían en tres partes, la parca no encontraría nada de ellos… y jamás verían lo que hay al otro lado.

Tal vez era mejor morir. Hay territorios de la ciencia que ningún mortal debería explorar y hay normas que jamás deben romperse.

Pero los ojos de Essen estaban puestos en ellos.
-No hay alternativa. –Si no lo hacían, los tres morirían– Hay que sellarla. –Si no lo hacían, el monstruo viviría.

Helyna fue la primera en aceptar su destino. Zarin fue el siguiente.

“Lyra…”. Pensó en su hija, en sus últimos momentos. “Perdóname…” Jamás sabría lo que fue de su padre. Jamás conocería lo sucedido aquel día. Tal vez fuese mejor así. La vergüenza ya corría por sus venas y no quería legarle una herencia aún más contaminada.

Enzo Equian cerró los ojos y aceptó lo inevitable. Sintió como su cuerpo se aligeraba hasta que dejó de sentir la hierba y la sangre. La luz era tan intensa que atravesaba sus párpados y lo volvía todo blanco. Pronto sintió las esencias de sus compañeros mezclándose con la suya, haciéndose uno en el interior de la rosa, y lo último que escuchó fue aquel terrible sonido mecánico, un recordatorio de lo que había ayudado a crear.

Tic tac.

Tic tac.

Tic tac.